viernes, 20 de enero de 2012

La Máscara de Ateca. (2)

"El origen y significado de La Máscara es muy oscuro. Francisco Ortega en su Reseña Histórica de la Villa de Ateca (1942) opina que data del siglo XVII asemejándose al Mogigón, Carigato o Cipotegato de otros lugares, y discrepa de aquellos que opinan se trata de un anuncio del Carnaval o de los que dicen que se estableció con objeto de ridiculizar a los condes o señores.”

            Tras describir la postura política de la villa de Ateca durante los siglos XIX y XX, necesario para entender su hipótesis sobre el origen de La Máscara, Jesús Blasco continúa:

            “Conocida a través de todo lo expuesto la postura de Ateca y sus vecinos ante la situación política que España vivió a lo largo del siglo XIX, y comparando todo este proceso con el desarrollo del tradicional folklore de La Máscara, se vislumbra un paralelismo entre ambos de manera que ésta simbolizaría a la monarquía mientras que los vecinos representarían al pueblo dividido en dos bandos: los adeptos que acogen y obsequien en sus casas y los desafectos a la monarquía que le persiguen y apedrean.
            Dos citas encontradas en los archivos municipales apoyan esta teoría: la primera es un acuerdo del Ayuntamiento en pleno periodo constitucional (1821) por el que se amonesta al maestro ‘por es escandaloso atentado cometido vistiéndose con el disfraz de Máscara durante los dos días de Carnestolendas”; l segunda cita, por el contrario, es de 1878, reinando Alfonso XII, y es una autorización del uso del disfraz de máscara, sin careta, durante los Carnavales. Por estas citas parece claro que los motivos que el Ayuntamiento liberal tenía para sentirse tan ofendido eran puramente políticos, y el uso de tal disfraz (seguramente por un realista) en un momento político en que los liberales habían doblegado a Fernando VII, debió parecerles una burla a las nuevas instituciones.
            El hecho de que el Ayuntamiento autorizara el disfraz de Máscara (una autorización muy acorde con los gobiernos conservadores en cuanto al uso de careta) recién restaurada la Monarquía implica dos cosas: por una parte, que es una figura consentida (por no decir adepta) en el régimen y, por otra, que durante la 1ª República, como pasara durante el Trienio Liberal, tampoco se permitió su uso.
            Queda la duda si la Máscara era exclusivamente de los Carnavales o en tales ocasiones se utilizaba su disfraz como imitación de la, digamos, oficial. De tratarse del primer caso, habría que pensar, independientemente de su ancestral origen, que tal como hoy conocemos esta curiosa tradición no comenzaría a desarrollarse hasta después de la Restauración. Ello explicaría que Madoz no la mencionara en su Diccionario Geográfico de mediados del s. XIX y sí se ocupara, en cambio de la Momia y de la Muerte, conceptuándolas de famosas, y justificaría la carencia de menciones en los archivos municipales.
            Tras este análisis y admitiendo, pues, el simbolismo político de La Máscara sólo resta comparar su actuación durante las fiestas con las vicisitudes que el pueblo español atravesó durante el pasado siglo:
            La salida del día dos de febrero representaría el paso del ejército que va a restaurar la monarquía absoluta, en este caso los Cien Mil Hijos de San Luis, identificando el pueblo a La Máscara con el Duque de Angulema. De ahí se justifica que se le diga despectivamente Angulema como responsable de todos los males sobrevenidos en la ominosa década siguiente.
            La entrada a las casas y los obsequios que recibe de los adeptos (realistas), no sería otra cosa sino el aprovisionamiento (bastimento) y alojamiento que las tropas recibían por los lugares por donde pasaban; por el contario, los desafectos (liberales) le imputan todos los robos y atropellos habidos en el pueblo, conducta muy propia de las tropas en campaña. La Máscara pone suavemente la cobertera sobre la cabeza de los primeros en señal de amparo, y golpea a los segundos.
            La salida de la noche y salto de la hoguera bien puede significar un acto de purificación como es costumbre en otros lugares, o bien un Juicio de dios pasando la prueba del fuego para demostrar la pureza de sus intenciones y que el poder divino está con ella.


La salida del día tres acompañando a la procesión, expresaría la unión pueblo-monarquía-iglesia dirigiéndose solemnemente al pie del cerro que está ocupado por los liberales. Es el momento en que La Máscara invoca a San Blas haciendo voto de ‘subir al cerro por delante o por detrás’, es decir, cueste lo que cueste.
            Una vez arriba los revolucionarios le hacen un corro y se mofan de ella recordándole con una canción la derrota del puente de Alcolea.
            La expulsión de los chicos del cerro en desbandada, supondría el triunfo definitivo y restauración de la Monarquía. A partir de ahí acompañan amigablemente a La Máscara, con la procesión y la indulgencia de todos.
            Para más abundancia podríamos añadir que el hecho de que La Máscara lleve armas (espada y rodela) y no cualquier otro objeto contundente recuerda a los espadones que se alternaron en distintos Gobiernos.”

            Posteriormente y en otra publicación[1], Jesús Blasco, añade algunos detalles más sobre la fiesta:
           
“... Entre los insultos que recibe, destaca por su originalidad el de angulema (en realidad le dicen engulema, por deformación)[2], que hace referencia al Duque de Angulema como responsable de la situación de represión que vivió el pueblo tras el trienio constitucional. Otros insultos son: mascaruta, robachorizos, robajamones, robatocinos, zorra, tu mujer está con el cura y cualquier improperio que pueda ofender al personaje y provocar su ira para que les persiga. Además, le achacan cualquier robo o daño ocurrido a lo largo del año en el pueblo. Es costumbre que, cuando entra en alguna casa, como tarde en aparecer, los chicos se impacientan y atan por fuera la puerta para que no pueda salir, obligándose con ello a quedar dentro prisionera o a saltar por ventanas o surgir por puertas falsas, cogiendo a los sitiadores por sorpresa.
            A las nueve de la noche se quema la hoguera en la plaza de España, con degustación de dulces y moscatel. La Máscara sale por segunda vez. Cuando la gran pira casi se ha consumido, la Máscara, tras invocar a San Blas, salta las brasas y es aclamada por el público asistente. Luego se forma un corro alrededor de la hoguera y se le canta la canción del Puente de Alcolea.”

            En esta ocasión Jesús ha cambiado ligeramente la letra de la canción: en lugar de caer el puchero por un varazo, lo es por un balazo, y al pasar el río no es “de mi tío Antón” sino “a mi tío Antón”, que parece más correcto.
(Continuará)

[1] Jesús Blasco en “Cultura popular de la Comunidad de Calatayud” de José Ángel Urzay Barrios.
CEB. 2006. ISBN 84-7820-863-1
[2] El paréntesis es nuestro.

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